05/02/2024

Music by Prabajth K from Pixabay

En Dios vivimos, nos movemos y existimos, su presencia lo abarca todo. Podemos leer la oración del Papa Francisco en el final de la Laudato Si: 

Te alabamos, Padre, con todas tus criaturas,
que salieron de tu mano poderosa.
Son tuyas,
y están llenas de tu presencia y de tu ternura.
Alabado seas.

Hijo de Dios, Jesús,
por ti fueron creadas todas las cosas.
Te formaste en el seno materno de María,
te hiciste parte de esta tierra,
y miraste este mundo con ojos humanos.
Hoy estás vivo en cada criatura
con tu gloria de resucitado.
Alabado seas.

Espíritu Santo, que con tu luz
orientas este mundo hacia el amor del Padre
y acompañas el gemido de la creación,
tú vives también en nuestros corazones
para impulsarnos al bien.
Alabado seas.

Tanto el desierto como la selva, el frío extremo y el calor extremo, son entornos en los que el hombre puede decidir vivir o nacer. El león y la cebra coexisten, siendo la cebra presa del león. Lo que consideramos bueno y malo vive y existe en Dios.

La enfermedad existe sin ser deseada. Dios está presente tanto en el sano como en el enfermo. En Dios no hay enfermedad, solo distintas manifestaciones de la naturaleza, al igual que el desierto y la selva, el león y la cebra. ¿Vino Dios a salvarnos del desierto, de la enfermedad, de vivir en el desierto si no lo hemos elegido, o de vivir en el desierto si lo hemos elegido? ¿De las enfermedades que nos trae el viento o de las enfermedades que resultan de nuestras malas decisiones? ¿De las consecuencias de nuestras malas decisiones?

¿Vino Jesús a liberarme de los efectos del alcoholismo de mi padre, de sus maltratos y de los traumas psicológicos que me ha causado? ¿Viene Jesús a salvarme de mi alcoholismo, de mis arrebatos de ira y del sentimiento de que yo no he elegido esta vida?

Algunas de estas cosas las consideramos pecados, ¿vino Jesús a liberarnos del pecado?

Nací en el desierto y parece que no tengo otra posibilidad de vida. Jesús no vendrá a sacarme del desierto, pero envió a un mensajero. Charles de Foucauld vino a vivir cerca de donde vivía mi padre y logró que él muriera reconciliado consigo mismo y su familia. Él me conoció, me ayudó con mi “herencia” y mis decisiones, y logró que no me odiara a mí mismo, ni a mi padre, ni a Dios. Trajo paz a mi familia que vivía y sigue viviendo en el desierto. Así es como Jesús actúa en los corazones rotos. Él viene a vivir su vida y nos ayuda a vivirla con amor y paz. Desde este pueblo en el desierto, logró que el infierno desapareciera y se convirtiera en un cielo, con el mismo calor, la misma arena y las mismas personas. Nos sentimos amados. Vimos a Jesús resucitado vivir en medio de nosotros y nos cambió la vida.

Ahora mi vida continúa su curso. Soy un peregrino del desierto y llevo a Jesús conmigo. Resucitado, vive en mi corazón. Voy enseñando a mis hermanos a encontrar el amor de Dios entre la arena del desierto y el sol abrasador. Y esto no lo voy a cambiar yo, Dios tampoco. Pero puedo hacer llegar el sol que abrasa mi corazón de amor y ternura por mis hermanos.

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