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06/02/2024

Habíamos llegado a la bulliciosa ciudad en medio de nuestro peregrinar por el desierto. La gran urbe se extendía ante nosotros, un mar de edificios y calles repletas de gente que iba y venía con prisa. Nos sentíamos como extranjeros en un mundo desconocido, observando con asombro la frenética actividad que se desarrollaba a nuestro alrededor.

Mientras caminábamos por las concurridas calles, no podíamos evitar notar la preocupación reflejada en los rostros de los habitantes de la ciudad. Todos parecían sumidos en mil y un afanes, con la mirada fija en el suelo o en las pequeñas pantallas que llevaban consigo. Sus corazones parecían estar rotos, atrapados en una vorágine de responsabilidades y preocupaciones.

Los niños, eran atendidos en centros comunitarios donde intentaban enseñarles conocimientos sobre geografía o matemáticas. Sin embargo, sus mentes parecían estar en otra parte, absortas en las vidas irrisorias que les mostraban las pantallas o en las vidas huecas de personas que nunca llegarían a conocer.

A medida que avanzábamos por la ciudad, nos dimos cuenta de que estábamos presenciando una realidad muy diferente a la nuestra. En el desierto, la vida era dura pero sencilla, y cada día era una oportunidad para conectarnos con la naturaleza, con nuestros amigos  y con nosotros mismos. Aquí, en cambio, parecía que la vida se deslizaba entre los dedos de la gente, atrapada en una vorágine de ocupaciones y preocupaciones que les impedía disfrutar del presente.

Nos sentimos agradecidos por nuestra experiencia en el desierto, donde aprendimos a apreciar las cosas simples de la vida y a valorar cada momento. Mientras continuábamos nuestro peregrinar por la ciudad, llevábamos con nosotros la esperanza de que algún día, aquellos corazones rotos encontrarían la paz y la plenitud que tanto anhelaban.

Habiéndonos establecido en la posada, observamos cómo las personas se cruzaban sin prestar atención unas a otras, absortas en su universo de ficción. Su comunicación se veía obstaculizada por la desbordante ira que sentían hacia todo, sin apreciar los regalos que la vida les brindaba.

Siguiendo con nuestras experiencias, visitamos un parque donde conocimos a personas mayores que compartieron con nosotros la historia de sus casi ocho décadas y su continua lucha por sus hijos unos desempleados, otros encarcelados o separados de sus familias y muchos atrapados en la espiral de las drogas. Estos encuentros nos llevaron a reflexionar sobre nuestras propias acciones y decisiones.

La dureza de la vida depende mucho mas de como se viva el sufrimiento que de su naturaleza.

Compartimos con ellos unos días y así hablar y permitir que pudieran liberarse de las cargas tan pesadas que llevaban a cuestas. Les mostramos el valor inmenso de su apoyo y amor entregado a sus hijos, y cómo comunicarse con la divinidad que habita en ellos, permitiéndoles encontrar consuelo y esperanza en su fe. Juntos, pedimos perdón a Dios por las veces que le culpamos por las dificultades de nuestras vidas, al mismo tiempo que les ayudamos a pedir perdón a sus hijos por las carencias que perciben como padres. Les brindamos apoyo para perdonarse a sí mismos, reconociendo que, en el fondo de sus corazones, se han sentido fracasados, pero recordándoles que cada día es una oportunidad para crecer, sanar y aprender a amarse a sí mismos y seguir amando a los demás.

Les enseñamos a hacer la oración del corazón, una práctica espiritual que invoca el santo Nombre de Jesús, brindándoles una herramienta poderosa para encontrar paz y conexión espiritual. Además, les mostramos cómo vivir el momento presente, cultivando la atención plena y la conciencia del aquí y el ahora. Les recordamos que el pasado ya no existe y el futuro es sólo una proyección de la mente, por lo que enfocarse en el presente les permite encontrar serenidad y claridad mental. Al practicar la oración del corazón y vivir en el momento presente, descubren la belleza y la plenitud de cada instante, liberándose de las preocupaciones innecesarias y encontrando paz en el fluir de la vida.

Recogimos nuestros bártulos y continuamos camino.

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