03/03/2024

En un entorno en constante cambio, es común que cada individuo busque aferrarse a lo que percibe como estable y seguro. Al igual que cuando estamos de pie en un autobús y buscamos la barra metálica para sostenernos cuando el vehículo se mueve bruscamente, en la vida cotidiana todos necesitamos algo sólido a lo que agarrarnos cuando todo a nuestro alrededor parece estar en constante movimiento.

Nuestros reflejos naturales nos llevan a buscar ese punto de apoyo desde que aprendemos a caminar; instintivamente extendemos los brazos para agarrarnos a algo firme. Algunos encuentran esa estabilidad en sus creencias arraigadas, mientras que otros se aferran a la persona amada, incluso si esa unión puede desequilibrar a ambos. Cada uno busca su propia forma de mantener el equilibrio en un mundo cambiante, agarrándose a aquello que consideran inamovible.

Cuando aquello que creemos sólido y estable se desplaza o incluso se desmorona, perdemos el soporte que nos sustenta y caemos. Esta experiencia se asemeja a una caída en un abismo profundo, donde la sensación de vacío y desamparo es abrumadora.

La clave radica en adoptar una solución similar a la estrategia de los trapecistas: permanecer sujetos desde arriba. Aunque puedan girar y dar vueltas en el aire, si no logran alcanzar la barra, el cordón que los une al cielo de la carpa los retiene.

Estar conectado al cielo implica que, incluso si nos quitan el suelo bajo los pies, seguimos protegidos y sostenidos por algo más elevado y firme.

Sin embargo, existen falsas concepciones de lo que representa ese «cielo», tan vulnerables y falibles como las propias personas, grupos, sectas o religiones. Cada uno de ellos edifica su propia versión de un cielo fundamentado en medias verdades y en interpretaciones sesgadas de textos considerados inspirados.

Estos «cielos» construidos a partir de perspectivas parciales y motivaciones personales pueden apartar a las personas de la verdadera esencia de la conexión con lo divino. En vez de ser fuentes de consuelo y seguridad, pueden convertirse en obstáculos que obstruyen el camino hacia una comprensión más profunda y auténtica de la espiritualidad y la trascendencia.

Al preguntar a distintos grupos religiosos sobre la morada de Dios, se obtienen respuestas como:

– Cristianismo: Cielo

– Islam: Jannah (Paraíso)

– Judaísmo: Shamayim (Cielo)

– Hinduismo: Swarga (Cielo)

– Budismo: Sukhavati (Tierra Pura de la Felicidad)

– Sikhismo: Sachkhand (Reino de la Verdad)

– Jainismo: Siddhashila (Morada de los Iluminados)

– Zoroastrismo: Garothman (Morada Celestial)

Sin embargo, estas respuestas revelan una falta de comprensión profunda de las enseñanzas espirituales. Las siguientes citas destacan la creencia compartida en diversas religiones de que Dios reside en el corazón del ser humano:

1. Cristianismo: «¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?» – 1 Corintios 3:16 (Biblia)

2. Islam: «Dondequiera que os volváis, allí está la faz de Alá.» – Corán 2:115

3. Hinduismo: «Dios mora en el corazón de todos los seres, O Arjuna, y con su poder controla a todos los seres móviles e inmóviles.» – Bhagavad Gita 18.61

4. Budismo: «No busques a Dios en las alturas ni en lo profundo; búscalo en el corazón de un hombre.» – Proverbio Budista

5. Judaísmo: «Yo pondré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.» – Jeremías 31:33 (Tanaj)

Nuestras reuniones se llevan a cabo inmersos en un entorno donde los elementos visibles y perceptibles por los sentidos humanos desempeñan un papel fundamental. Desde la vestimenta que elegimos hasta el acomodo cuidadoso del lugar, la pompa y la música que nos envuelven; todo está diseñado para sumergirnos en un ambiente consagrado y especial, creado con la intención de facilitar nuestra conexión con lo divino.

Cada detalle, desde la forma en que nos vestimos hasta la selección de la música y la atmósfera que creamos, se concibe con el propósito de elevar nuestros sentidos y preparar nuestro espíritu para relacionarnos de manera más profunda y significativa con nuestro concepto de lo sagrado y trascendente. Estos elementos sensoriales actúan como mediadores que nos ayudan a trascender lo mundano y a adentrarnos en un espacio donde podemos experimentar una comunión más íntima con nuestro concepto de lo divino.

De esta manera, nuestros líderes espirituales nos guían y nutren a su congregación. Aunque esta estrategia puede ser efectiva, existe el riesgo de privarnos del verdadero aprendizaje que proviene de la experiencia directa. Se asemeja a la actitud de los niños pequeños que exploran tocando y probando todo a su alcance para comprender el mundo que los rodea.

Al controlar minuciosamente el ambiente, se crea una sensación de seguridad y protección. La conveniencia de recibir la enseñanza de un plato ya preparado en lugar de cultivar tu propio huerto, sembrar, cosechar y cocinar tu propia comida, refleja esta dinámica. Esta comodidad puede alejarnos de la conexión íntima con la naturaleza y el proceso de aprendizaje y crecimiento personal que conlleva la experiencia directa y el esfuerzo propio en la búsqueda de conocimiento y comprensión.

En consecuencia, ¿quién se tomará la molestia de buscar a Dios en su propio corazón cuando se le ofrece un elaborado y racional desarrollo teológico y espiritual que ha sido perfeccionado a lo largo de muchos años? La presentación detallada y estructurada de enseñanzas y doctrinas religiosas puede resultar tentadora y reconfortante, ya que brinda un marco sólido y coherente para la comprensión de lo divino.

Sin embargo, esta comodidad intelectual y espiritual puede ser un arma de doble filo, ya que puede desviar la atención de la verdadera búsqueda interior y la conexión personal con lo trascendental. La invitación a explorar el propio corazón en busca de la presencia divina se vuelve aún más crucial en un contexto donde la teología establecida puede eclipsar la experiencia directa y profunda de la espiritualidad individual.

Os animo a apartar los platos precocinados y a embarcaros en un viaje de autodescubrimiento, a explorar por vosotros mismos y a buscar al Dios que reside en vuestro interior. Este proceso de búsqueda personal os permitirá no solo descubrir vuestra verdadera identidad, sino también comprender qué es lo que Dios espera de cada uno de vosotros.

Al aventurarse en la exploración de vuestro propio ser y en la conexión con lo divino que mora en vuestro corazón, se abrirá un camino de autoconocimiento y crecimiento espiritual. Este viaje hacia el interior no solo os permitirá comprender quiénes sois realmente, sino también desentrañar el propósito y la voluntad que Dios tiene para cada uno en este mundo. La invitación a buscar a Dios en vuestro ser interior es un llamado a la reflexión profunda, la introspección y la conexión espiritual que puede transformar vuestra vida de manera significativa.

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