21/03/2024

¡Abba, querido papá! Me acerco a Tí con amor y respeto, agradecido y feliz por todo el bien que derramas sobre mi y los míos. Que aún dentro de los avatares de la vida tú enderezas los caminos torcidos y allanas los montes empinados. No me retires nunca tu favor; antes bien consérvame, confírmame y constrúyeme en tu bendición. ¿Puedes explicarme la bienaventuranza de los mansos? ¿Cuál es su heredad?

Querido hijo,

Es hermoso ver cómo Jesús, mi Hijo, personificó la mansedumbre y nos enseñó a seguir su ejemplo. En Mateo 11:29, Él nos insta a tomar su yugo, aprender de Él que es manso y humilde de corazón, y encontrar descanso para nuestras almas. La mansedumbre implica ser tolerante, comprensivo, calmado y sereno ante los desafíos, fomentando la armonía y la paz en nuestras interacciones con los demás.

Jesús prometió una bienaventuranza eterna a los mansos: «Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra como heredad» (Mateo 5:5), recordando la promesa del Salmo 37. Esta tierra que recibirán será renovada, reverdecida y restaurada, una tierra que simboliza un lugar de paz y bendición.

Aunque los creyentes enfrentarán pruebas y persecuciones, la justicia prevalecerá. La fe será puesta a prueba, pero aquellos que permanezcan firmes recibirán la herencia prometida. Recordad siempre que mi palabra es verdadera y que la mansedumbre y la humildad son virtudes que os guiarán hacia la bendición eterna.

En este camino, apartad todo odio y resentimiento, y vivid en armonía con los principios de amor y compasión que Jesús nos enseñó.

Escucha esta parabola:

Había una vez en un pequeño pueblo a los pies de una montaña, donde vivía un anciano jardinero conocido por su bondad y sabiduría. Todos en el pueblo lo respetaban y acudían a él en busca de consejo y consuelo. Un día, el anciano jardinero decidió plantar semillas de mansedumbre en el corazón de los habitantes del pueblo.

El anciano jardinero les contó a todos una historia sobre un sembrador generoso que esparció semillas de amor y compasión en un campo fértil. Estas semillas crecieron en árboles de mansedumbre, cuyas ramas ofrecían sombra y protección a todos los que se acercaban.

A medida que los habitantes del pueblo escuchaban atentamente la parábola, comenzaron a comprender el valor de la mansedumbre y la humildad. Aprendieron que la verdadera fortaleza reside en la calma y la serenidad, y que la paz interior es el mayor tesoro que uno puede poseer.

Con el tiempo, el pueblo se transformó en un lugar de armonía y amor, donde la mansedumbre y la comprensión reinaban sobre la ira y el resentimiento. Los habitantes aprendieron a enfrentar los desafíos con paciencia y tolerancia, encontrando descanso para sus almas en la bondad y la generosidad mutua.

Y así, el anciano jardinero logró sembrar las semillas de mansedumbre en el corazón de todos, recordándoles que la verdadera herencia es la tierra de paz y bendición que se cultiva con amor y compasión.

Al final de su relato, el anciano jardinero les dijo a todos: «Recordad siempre que la mansedumbre y la humildad son virtudes que os guiarán hacia la bendición eterna. Apartad todo odio y resentimiento, y vivid en armonía con los principios de amor y compasión que Jesús nos enseñó».

Y así, el pueblo floreció bajo el cuidado del anciano jardinero, convirtiéndose en un reflejo vivo de la mansedumbre y la paz que habita en los corazones de aquellos que siguen el camino de la bondad y la humildad.

Con mi amor y bendición,
Abba

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