22/03/2024

¡Abba, querido papá! Me presento ante ti con humildad, pues cuando medito sobre las verdades de nuestra fe, muchas veces impongo mis deseos en vez de buscar la verdad. ¡pero es tan difícil encontrar la verdad! por ello, perdido en un mar de libros y documentos, te pregunto: ¿dónde vives?

Querido hijito, mi jardinero

Hace unas semanas, en una cena hiciste esta pregunta a un catequista de niños y buscando la respuesta en su cabeza te decía que no es interesante saber el dónde, pues está en todas partes, sino que hay otras preguntas más relevantes que hacerse. Pero mi hijito, el más pequeño, tú sí necesitas saber el dónde, pues quieres confirmación de lo que ya sabes. 

Por eso voy a contarte algunas cosas que deberías saber.

Yo estoy en todas las cosas por mi poder, por mi presencia y por mi esencia

Estoy presente por mi Poder en la medida en que todas las cosas están sujetas a mí voluntad; si mi voluntad no estuviera en todo, el mundo colapsaría sumido en un gran caos.

Lo estoy por mi Presencia, ya que todas las cosas están desnudas y abiertas a mis ojos; si las dejara de tener bajo mi vista simplemente desaparecerían como un sueño cuando despiertas.

Y lo estoy por mi esencia, en la medida en que estoy presente para todos como la causa de su ser. si faltara mi esencia se secarían como una flor cortada de la planta, o un animal cuando muere del que solo quedan huesos y pellejo y luego polvo que se funde con la tierra.

Cierto es que estoy en todas partes, pero donde moro, donde pongo mi tienda y donde pongo mi cabeza para descansar es en el corazón del hombre. Y donde mas agusto estoy es en aquellos corazones limpios, donde se han desbrozados las malas hierbas, se han retirado todas las posesiones, todos los intereses propios, todas las preocupaciones, todos los deseos, todas las preguntas, Esos corazones que son como un desierto de arena fina. Allí pongo mi tienda, reposo mi cabeza y le doy a conocer mis deseos. Estas personas reciben la bienaventuranza de verme. ¿dónde lo ven? encerrado en el corazón de sus hermanos, detrás de cajas, trastos, posesiones, a las que se aferran sin soltar ninguna, escondido en sus heridas, desamores y humillaciones, encerrados en sus mil angustias y aprisionado de pies y manos sin hacerme partícipe de sus planes y proyectos. 

Estos corazones limpios adoptan mis deseos como los suyos y salen a sanar heridas, a abrazar a los nuevos leprosos, los que nadie acepta y expulsan de sus comunidades, a los que encierran en prisiones o en asilos, a los que abandonan a su suerte porque son mayores o tiene capacidades diferentes. En todos esos rostros ven a Dios.

Escucha esta parábola:

Había una vez un pequeño pueblo enclavado en un valle, donde las familias vivían separadas por rencillas ancestrales y disputas por las tierras que habían perdurado por generaciones. Las discusiones y peleas eran moneda corriente en cada esquina, y el resentimiento y la desconfianza reinaban en los corazones de los habitantes.

Un día, un forastero llegó al pueblo. Su presencia era inusual, y su aura irradiaba paz y bondad. Sin conocer su origen ni sus intenciones, las familias lo recibieron con desconfianza, temerosas de que su llegada trajera más discordia a un lugar ya marcado por la división.

El forastero, sin embargo, no venía con intenciones maliciosas, sino con un propósito noble y puro. Con cada paso que daba, dejaba caer semillas de amor y esperanza en los corazones endurecidos de los lugareños. Con palabras de aliento y gestos de compasión, comenzó a iluminar la oscuridad que reinaba en el pueblo.

Poco a poco, las semillas sembradas por el forastero comenzaron a germinar. Las familias, sorprendidas por el cambio que empezaban a experimentar en sus corazones, comenzaron a abrirse a la posibilidad de la reconciliación. Las disputas por las tierras perdieron importancia frente al poder transformador del amor y la comprensión.

Los ancianos, que habían sido descuidados y olvidados, encontraron en el forastero un amigo y un protector. Su sabiduría y experiencia fueron valoradas una vez más, y su presencia en el pueblo se volvió un tesoro invaluable.

Con el paso de los días, el pueblo comenzó a reverdecer. Las risas volvieron a resonar en las calles, y las celebraciones de reconciliación se multiplicaron. Las familias que antes se evitaban ahora se reunían en torno a la mesa para compartir historias y sueños.

Gracias al forastero y su mensaje de amor y esperanza, el pequeño pueblo renació de sus cenizas y se convirtió en un lugar donde la unidad y la solidaridad reinaban por encima de cualquier disputa pasada.

La noticia de la transformación del pueblo gracias al misterioso forastero se extendió rápidamente por toda la región. Los habitantes, llenos de gratitud y alegría, decidieron organizar una gran fiesta en honor al enigmático visitante que había traído la luz y la esperanza a sus vidas.

Prepararon con esmero la celebración, decorando las calles con flores y guirnaldas, y preparando manjares exquisitos para compartir en la festividad. Sin embargo, cuando llegó el momento de buscar al forastero para invitarlo a la fiesta, descubrieron con sorpresa que había desaparecido misteriosamente.

En su lugar, en el centro de la plaza del pueblo, encontraron una imagen del Sagrado Corazón, cuya semblanza guardaba un asombroso parecido con el rostro del forastero. La figura radiaba una paz y una serenidad que conmovió a todos los presentes, quienes interpretaron este hecho como una señal divina de que el forastero había sido un mensajero enviado por el cielo para guiarlos hacia la reconciliación y la armonía.

La fiesta se convirtió en una celebración de agradecimiento y devoción, donde los habitantes del pueblo se unieron en oración y gratitud por la presencia fugaz pero transformadora del misterioso forastero. A partir de ese día, el pueblo llevó en su corazón la enseñanza de amar y perdonar, recordando siempre al forastero cuyo rostro quedó grabado en la imagen del Sagrado Corazón como un símbolo eterno de amor y redención.

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